sábado, 21 de enero de 2012

Crecimiento Económico y Orden Social




Para garantizar el crecimiento económico de largo plazo, la reducción de la pobreza y la generación sostenible del empleo de calidad en un entorno de estabilidad, es preciso que la política económica y el orden social vayan de la mano.  Es decir, que se requiere de buenas políticas y para que éstas tengan los resultados previstos, es necesario contar con los mecanismos e instrumentos que aseguren la coordinación y cooperación dentro de la sociedad a fin de mantener el orden social y lograr los objetivos de la política económica.

El hecho factual es que una de nuestras mayores debilidades, es la precariedad del orden social y es tiempo de preguntarse ¿cómo se puede mejorar la coordinación y cooperación o, dicho de otra manera, cómo disminuimos la conflictividad en la que estamos sumidos?

Al respecto, cabe  mencionar, el conflicto del TIPNIS, La Asunta, Yapacani, Caranavi y Huanuni, entre otros.  Los innumerables bloqueos de caminos; los paros cívicos; las huelgas; las manifestaciones públicas que a diario interrumpen el tráfico, generan incertidumbre, perjudican el normal desarrollo de las actividades laborales y reflejan el grado de desorden que experimenta el país.  La precariedad del orden social aumenta los costos de transacción en la economía y es una de las causas de nuestra baja competitividad y atraso económico.

Para ser más gráficos, en el mes de octubre de 2011, la Fundación UNIR[1] registró 93 conflictos  y 152 medidas de presión; 54 estados de emergencia y ultimátums; 20 vigilias; 18 marchas; 26 bloqueos; 12 paros; un amotinamiento; 10 huelgas de hambre; una destrucción de bienes; un cosido de labios y dos crucifixiones (octubre fue el mes con la menor cantidad de conflictos del año 2011, en agosto fueron 155).

La coordinación hace que las acciones de los individuos sean predecibles y, por lo tanto, es posible crear expectativas sobre su comportamiento.  La cooperación implica la posibilidad de realizar acciones que nos benefician a todos.  No olvidemos que nuestra naturaleza es individual y social al mismo tiempo.  Como diría Antonio Negri[2], “…la cooperación es la condición de posibilidad de cualquier formación social…”.

Una de las condiciones para lograr la coordinación, es la capacidad de comunicación y,  ésta depende de que los bolivianos compartamos un lenguaje que nos permita describir objetos y sentimientos, de forma tal que logremos compartir los significados.  “…Un enunciado verdadero no dice lo que una cosa es, sino lo que presuponemos que es dentro de una cultura particular…”[3].  Por ejemplo, el concepto de “propiedad “o de “casa” es diferente, tanto para los pobladores de las tierras bajas, como para los quechuas o aymaras. 

Por ello, una de las condiciones para la construcción del Estado Nacional y, es lo que se pretendió a partir de la Revolución de 1952, fue la necesidad de encarar los programas de alfabetización en un solo idioma.  Se determinó que fuera el español, no porque fuera el lenguaje mayoritario de la sociedad boliviana, ni porque fuera mejor o peor que el aymara o el quechua, sino porque el español nos permite integrarnos mejor con América Latina.  Resulta muchísimo más fácil acceder a la ciencia, a la tecnología y a la literatura universal sabiendo español.  A fin de cuentas, no existen libros de historia universal, literatura o ciencias en aymara o quechua, por la sencilla razón de que el número de personas que hablan esos idiomas es escaso, comparado con el de aquellos que hablan español a nivel global.  

La creación de un Estado Nacional requiere que hablemos una lengua y que los significantes representen lo mismo para todos.  De lo contrario, resulta difícil, por decir lo menos, la comunicación y, por ende, la coordinación.  Compartir una misma lengua no implica desconocer la riqueza y la importancia de los distintos idiomas que coexisten dentro del territorio nacional.  El compartir el idioma español es el acuerdo de quienes vivimos en este territorio, denominado Bolivia, para entendernos, comunicarnos mejor y de manera oficial, con el fin de construir la nación boliviana, que no es ni aymara, ni quechua, ni Tupi Guaraní, sino que es la suma de todas ellas.  La Revolución de 1952 pretendía que dejáramos de ser aymaras, quechuas, habitantes con ascendencia europea, asiática o africana para convertirnos en bolivianos mestizos, en ciudadanos con orígenes pertenecientes a diferentes etnias o culturas que construirían la nueva cultura boliviana a través del sincretismo, lo que además debería asegurar que el fenotipo deje de tener importancia para los bolivianos.

El hecho de que los diferentes pueblos mantengan su idioma ancestral es positivo, pero para desarrollar una cultura y una visión compartida, es fundamental que todos nos expresemos en un solo idioma y que todas las naciones que cohabitan en el territorio nacional, mantengan su lealtad a Bolivia para consolidar la supervivencia del Estado Plurinacional.

Además de comunicarnos y entender las cosas de la misma manera, la coordinación requiere que estemos sujetos a un mismo conjunto de reglas de juego.  Las normas de una sociedad son formales e informales.  Estas últimas dependen de los valores y definen lo que es bueno o malo y lo que puede hacerse.  Por su parte, los valores dependen, sin lugar a dudas, de las visiones que se tenga del mundo.  Por estos motivos, es esencial construir una visión compartida, que es uno de los retos que tienen, con mayor razón, los gobernantes de un Estado Plurinacional.

Las normas formales, son las que prescriben y prohíben los distintos comportamientos en  determinadas circunstancias, las mismas que para ser efectivas deben ser sancionadas.  Estas normas son una solución externa para lograr el orden dentro de una sociedad.  Ahora bien, en la medida en que la población cumpla las normas, su comportamiento será predecible y permitirá el trabajo cooperativo.  La acción predecible y cooperativa disminuye significativamente los costos de transacción en una sociedad y la hace más eficiente y competitiva.  No obstante, siempre habrá quien incumpla las normas,  si éstas son informales, se deberá aplicar una sanción social y para que ello suceda, la sociedad debe compartir el concepto de lo que es bueno y  malo.  Por citar un ejemplo, tanto en las ciudades, como en las comunidades la protección al narcotráfico, el narcotráfico en si, el contrabando, la discriminación de género o la intolerancia religiosa, entre otros, deben ser malos y, por tanto, sancionados socialmente.

Por otro lado, si es que se incumple una norma formal, se recurrirá a la coerción estatal para hacerla cumplir.  Por ejemplo, las empresas que importan vehículos legalmente;  pagan sus impuestos; generan empleo y cumplen con los aportes sociales de sus trabajadores, confían (quieren tener la certeza) de que quien se dedique a este negocio, también cumpla con sus obligaciones.  Es decir que, esperan que no ingresen vehículos de contrabando y si ello ocurre, se evite su circulación y comercialización inclusive por la fuerza.  De la misma manera, quienes producen artículos perecederos, confían en que se les garantice la libertad de transito en los caminos.  Los mineros esperan que cuando el Estado les otorga una concesión, puedan dedicarse a la exploración y explotación de minerales en el área de su concesión y tener la certeza de que sus derechos serán reconocidos por los comunarios.  Todos confiamos en que se respeten nuestros derechos propietarios y, en el peor de los casos, que el Estado haga respetar el uso, disfrute y disposición de nuestros bienes, independientemente de que se trate de un terreno, una casa, un vehículo o un negocio.  Los ciudadanos también esperamos que existan los mecanismos expeditos y eficientes para hacer cumplir lo acordado entre partes.  

Todo lo anterior, es lo que se denomina seguridad jurídica, sin la cual, es difícil pensar en que los actores económicos inviertan.  Es evidente que se invierte para obtener réditos económico-financieros, aunque también es innegable que al hacerlo, se genera empleo y se pagan impuestos con los cuales el Estado construye caminos, hospitales, colegios, etc.  El que invierte contribuye al bienestar y al crecimiento del país para que todos vivamos mejor.

Al respecto, nos preguntamos en qué medida contribuyen a brindar certidumbres, ciertos hechos como la judicialización de la política; la conformación del Órgano Judicial con magistrados cuya legitimidad está cuestionada por los resultados de su elección; la indefinición del  alcance de la justicia comunitaria;  la escasa confiabilidad que tiene la población en la policía para hacer cumplir la ley; la continua sustitución de la legalidad por la legitimidad subjetiva y coyuntural y la tendencia que existe a transar con la ilegalidad.  

No obstante, se debe reconocer que estos problemas son de larga data, pero que explican los altos costos de transacción que genera la necesidad de cubrirse de la incertidumbre y, si a ello se le añaden, los costos adicionales generados por la falta de coordinación y cooperación, es evidente que no somos competitivos. 

La inseguridad jurídica también explica las razones de los bajos niveles de inversión privada en el sector productivo; por qué hasta la fecha no ha sido posible crear un mercado de capitales que garantice recursos para la inversión de riesgo de largo plazo; por qué los bancos prestan recursos preferiblemente a aquellos que pueden otorgar garantías reales; por qué los empresarios prefieren dedicarse a actividades de corto plazo como el comercio y por qué el principal empleador está en el sector informal de la economía.  La falta de oportunidades de trabajo, como resultado de los bajos niveles de inversión, explica también el espíritu rentista de la población y la vocación patrimonialista de los gobernantes.

En síntesis, sin institucionalidad no hay orden y sin orden no es posible pensar en un   crecimiento económico sostenido.





[1] UNIR, Informe de Conflictibilidad, octubre 2011.
[2] Filósofo y pensador postmarxista.
[3] Dardo Scavino, “La Filosofía Actual”, Editorial Paidos, 2007. Pag. 48.

viernes, 6 de enero de 2012

Se nos acaba la buena suerte


En un seminario organizado por PRISMA en diciembre pasado, el Lic. Gabriel Loza, ex presidente del Banco Central de Bolivia, señalaba que para evaluar el desempeño de la economía boliviana en estos últimos años, había que considerar tres factores: la buena suerte, los cambios estructurales y las buenas políticas ejecutadas por el Gobierno.

Con ese mismo marco de referencia es interesante analizar lo que nos deparará el futuro.  La buena suerte está referida a la coyuntura internacional que ha sido extraordinaria para los países productores de materias primas y alimentos.  La pregunta del millón es, si esta coyuntura favorable continuará en el futuro inmediato y la respuesta parece ser negativa.

Efectivamente, los pronósticos de casi todas las instituciones financieras y de los analistas económicos a nivel internacional, prevén una altísima probabilidad de que tanto la economía norteamericana como la europea ingresarán en un período de recesión y que la economía china se enfriará debido a que sus mercados de exportación se contraerán significativamente y su mercado interno, todavía no tiene la capacidad de sustituir a Estados Unidos y Europa.  Adicionalmente, se le avecina una crisis financiera por su imposibilidad de sostener por mucho tiempo más, la burbuja inmobiliaria que ha crecido peligrosamente en los últimos años.  Todo indica que la economía china experimentará un duro aterrizaje (hard Landing) a más tardar, para los años 2013 o 2014.  

Es probable que el precio internacional del petróleo se mantenga en el orden de los US$. 90 por barril, lo que implica que aunque los ingresos por la venta del gas boliviano se mantendrán, el costo del subsidio a los carburantes será muy elevado  si es que no se reajustan los precios en el mercado interno. 

En lo que se refiere a los precios de los minerales, se estima que éstos tenderán a la baja.  El oro continuará con una cotización alta, pero volátil hasta que los mercados recobren la confianza en las políticas económicas de EE.UU. y Europa.

En el corto plazo, no se prevé una mejora en los precios de la soya ya que la producción en Brasil en la pasada gestión, fue significativamente mayor a  la prevista y la demanda internacional fue inferior.

Por lo tanto, hacia futuro no se puede confiar demasiado en la buena suerte, lo que nos lleva a analizar las bondades de la política económica ejecutada en el país.  Las buenas políticas son aquellas que permiten lograr los objetivos deseados.  Si lo que se buscaba era el crecimiento de las reservas internacionales; superávit fiscal; superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos; bajos niveles inflacionarios y crecimiento económico, al parecer estos resultados se lograron más por la buena suerte que por la calidad de las políticas económicas implementadas.  El control de la inflación, por la vía de la apreciación del Boliviano, ha tenido éxito, aunque al mismo tiempo, le ha restado competitividad a la producción nacional que no puede competir con los productos importados que son más baratos debido al tipo de cambio.  Si lo que se buscaba era el desarrollo productivo, elevadas tasas de crecimiento y la generación de empleo, las políticas ejecutadas hasta ahora, no han sido precisamente las mejores.  La inversión privada nacional y extranjera como porcentaje del PIB, ha sido modesta comparada con la de Chile o Perú, lo que explica una mayor tasa de crecimiento en esos países.  Pero aún más grave, la tasa de crecimiento económico y los niveles de inversión en el país no han sido suficientes como para generar el empleo estable y de calidad para la cantidad mano de obra que ingresa anualmente al mercado laboral.  Sólo con empleo estable y de calidad se asegura de manera estructural que la disminución de la pobreza pueda ser sostenible en el tiempo.  No obstante, se debe reconocer que se ha logrado disminuir los niveles de pobreza, gracias a la política de bonos del gobierno.  Más del 70% del empleo se genera en el sector informal de la economía que se financia, en gran medida, con recursos provenientes del circuito coca-cocaína y de las remesas que realizan los bolivianos que emigraron a Europa, EE.UU. y Argentina en busca de mejores oportunidades de vida. 

Es evidente que el sector de la construcción de bienes inmuebles ha mostrado un  enorme dinamismo, aunque ello se debe a las tasas reales negativas de interés (la inflación es mayor que las tasas de interés que se paga al depositante, es decir, que los ahorristas les pagan a los bancos por ahorrar) lo que ha provocado que la gente prefiera invertir en bienes inmobiliarios con la esperanza de que el alquiler sea mayor a las tasas de interés que ofrecen los bancos.  En el corto plazo, esto es así, aunque paralelamente se está generando una burbuja inmobiliaria que explotará en algún momento, con graves consecuencias para el sistema financiero nacional.

Cuando se analiza la composición del Producto Interno Bruto por el lado del gasto, se observa con nitidez que el modesto crecimiento de la economía boliviana (comparado con el de Perú, por ejemplo) se ha dado como consecuencia del consumo de los hogares.  Este tipo de crecimiento sólo es sostenible en el tiempo, si es que se mantienen a) los recursos que genera el circuito de la coca-cocaína, b) las remesas del extranjero, c) el dinamismo del sector inmobiliario que genera empleo y la sensación de riqueza en un determinado sector, debido al aumento de su patrimonio, por efecto del alza de los precios de la vivienda y d) por los bonos que el gobierno distribuye entre la población.  Aunque no se puede dejar de mencionar que la política de bonos del gobierno ha contribuido a mejorar  coyunturalmente la distribución del ingreso y a disminuir los niveles de pobreza del país.

La caída de los precios de las materias primas; la presión de Brasil para reducir la actividad del circuito coca-cocaína; la inexistencia de un fondo de estabilización, como el que tiene Chile a partir de las exportaciones de cobre; la necesidad de aumentar las tasas de interés para mantener la estabilidad del tipo de cambio; el gasto excesivo en la subvención de los carburantes; la necesidad de crear un impuesto progresivo a la renta de personas; la recesión europea y norteamericana por citar algunos factores, plantean serios retos a la imaginación del gobierno para definir políticas económicas adecuadas que permitan disminuir la pobreza de manera sostenida, mejorar la distribución del ingreso y construir una sociedad más justa.

Finalmente, los cambios estructurales.  La “nacionalización” de la industria petrolera y la reactivación de COMIBOL todavía no muestran resultados.  La exploración es muy modesta y no se han generado aumentos relevantes ni en  la producción hidrocarburífera, ni en la minera.  El crecimiento en el valor de las exportaciones se explica fundamentalmente por el aumento de los precios y no así por el volumen exportado.  

El sector de la generación eléctrica, que fue uno de los rubros más eficientes de la economía boliviana en los últimos años, está en crisis.  La falta de inversiones en el área de la generación, agravado por la ineficiencia de la gestión de ENDE, ha puesto en riesgo el suministro normal de energía eléctrica perjudicando al sector minero y al industrial.  

La inversión privada nacional en el sector productivo no ha logrado despegar pese a la disponibilidad de recursos para el crédito barato en el sistema bancario.  Ello se explica por la incertidumbre de las reglas de juego, especialmente las referidas a aquellas que protegen la propiedad privada y aseguran la ejecución de los contratos. 

Los nuevos magistrados, todavía no han tenido tiempo para demostrar que serán capaces de construir un sistema judicial eficiente e independiente y mientras no lo hagan, los agentes económicos no estarán dispuestos a asumir riesgos importantes.

En síntesis, se está acabando la buena suerte y, por lo tanto, es necesario definir políticas económicas adecuadas y que se reviertan las ineficiencias que ocasionaron los ajustes estructurales en la economía boliviana.

jueves, 5 de enero de 2012

PRESENTACIÓN


A partir de 1983, Müller & Asociados empezó a publicar mensualmente el “Informe Confidencial”, que se denominó así, porque en aquella  época no existía transparencia en  la información económica y todos los datos eran considerados confidenciales.  De alguna manera, Müller & Asociados pretendió llenar ese vacío y lo complementó con un análisis que permitió un debate más fundamentado sobre la política económica del país y, de esa manera, contribuyó a una mejor toma de decisiones en materia económica y financiera, tanto en el sector público como en el privado.

Cumplimos con nuestra misión y el “Informe Confidencial” se publicó hasta 2006, año en el que se inició un nuevo período histórico en Bolivia, Evo Morales fue elegido Presidente y los partidos políticos tradicionales como MIR, ADN, MNR, entre otros,  desaparecieron para todos los fines prácticos.  

Se produjo un cambio en las elites políticas; se aprobó la nueva Constitución Política que dio origen al Estado Plurinacional de Bolivia; se "nacionalizó" el sector de los hidrocarburos y el Estado empezó a asumir un rol protagónico en el proceso de inversión orientando el modelo económico hacia un Capitalismo de Estado; nacieron las autonomías departamentales; neoliberal y neoliberalismo se convirtieron en malas palabras y la política se judicializó.

Decidimos que era oportuno hacer una pausa en nuestras publicaciones, abrimos un compás de espera y hoy al inicio de este año, creemos que es necesario crear nuevos espacios de debate que permitan orientar a la opinión pública, tanto en lo económico como en lo político.  Esto me ha motivado a crear este blog con el nombre de “Informe Confidencial” y espero contar con la participación de otros analistas políticos y económicos que enriquezcan su contenido y, por ende, el debate sobre las políticas económicas y sociales que aseguren el crecimiento económico, empleo y equidad.